Amén, amén. ¡Qué! Un grupo cristiano- le dije. No es un grupo de rock muy conocido- me refutó Arturo. ¿Es del extranjero?- le pregunté. No es de aquí, es del Perú- me contestó mi primo. Amén, amén, me suena conocido- pensaba mientras caminábamos a las afueras de la universidad. Justo en lo que le llaman en la Vallejo “Auditorio 1”, allí se encontraba el mencionado grupo. La entrada estaba libre, fue un alivio para mí.
Prácticamente era la primera vez que tenía ten cerca a un grupo de cuya presencia solo escuchaba en mi mp3, el cual me lo había regalado mi madrina de bautizo, mandándomelo desde USA.
Claro que lo conocía. Temas como “Tú no estás solo, Fin del tiempo”, sonaron y despertaron la vibra en la cantidad de jóvenes que se habían congregado en aquel edificio. Varias chicas gritaban alocadamente, celulares prendidos y a la vista de todos adornaron como una procesión de luces todo aquel lugar tan solo alumbrado por los reflectores.
Los parlantes a todo volumen, se sentía el vibrar del buffer en la panza. Los gritos de las personas eran ensordecedores, y el vibrar de las cuerdas metálicas junto con los golpes en la tarola y los chirridos en los platillos, aumentaban cada vez más la adrenalina. Fue un espectáculo fascinante, prácticamente lo más fascinante fue que nadie se chupo, todos éramos una sola voz como un coro de niños en una parroquia. Algunos saltábamos, otros cantaban a toda voz y otros no paraban de tomar fotografías o grabar en sus celulares.
Los colores morados cambiando a otro color con cada nota, con cada melodía; acentuaban bien en el musical escenario. Uno de aquellos hombres jóvenes tenía cabello tipo hongo, enrulado, como los usa el guitarrista Nicholas del grupo Adammo. Unas bellas y deslumbrantes guitarras conectadas a un amplificador, micrófonos con sus correspondientes trípodes, y una batería completa en la parte de atrás de los guitarristas. Para fue muy curioso, había uno de los integrantes que tenía el pelo totalmente lacio y largo como la mujer del Aro, tanto que no sabía si era varón o mujer.
Fue una delicia el concierto, sobre todo cuando su vocalista nos hizo reflexionar con su canción Fin del tiempo, en el fragmento: “habría unión si supieran que el amor no es una ciencia,… el amor no es una ciencia”- volvió a insistir, y la multitud de universitarios acato el mensaje en aplausos y gritos propios de los buenos conciertos. Dentro de la función el baterista remato una de las piezas con un “solo” en percusión. Creo que fue una de las cosas que más le encanto a la gente, alentando al baterista a proseguir cada vez más rápido, acentuando los gritos como quién dice “ole” en una carrera de toros.
Creo que si más no me acuerdo, era una semana de exámenes parciales o próximas a ellos, realmente no tengo memoria; pero lo que sí sé es que era entonces un cachimbo, tímido y preocupado por tratar de acoplarme a esta nueva situación académica.
En medio de todo, aquel día no me había ido tan bien, aquel concierto le cambio la sintonía a esa mala sensación que planeaba acompañarme a casa.
En ese entonces: Arturo mi primo, que tiene mi misma edad, tan solo diferimos por meses; estudiaba Ciencias de la Comunicación, lo mismo que aún estudio hoy, en la César Vallejo. Era entonces el año 2009.
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